27.10.08

Bajo el aura luminosa de Don Joaquín

Don Fernando Faith, editor de "El Mentor Costarricense", me hizo una gentil invitación para participar en una edición conmemorativa del cincuentenario de la muerte de mi abuelo Don Joaquín García Monge. El siguiente texto es mi humilde contribución a su publicación.

Durante muchos años, ser el nieto de Don Joaquín García Monge solo significó para mí tener que acostumbrarme a vivir cerca de un montón de papeles de aspecto amarillento, acumulados en torres elevadísimas. Hablo de mi infancia -cada vez más remota-, cuando mi padre había acondicionado como bodega un viejo gallinero de madera aledaño a la casa de adobes que habitábamos en San Rafael de Escazú, bodega que durante lustros sirvió para guardar todo lo que mi abuelo había dejado al momento de morir pocos años antes de que yo naciera. En ese entonces yo no sabía muy bien qué eran aquellos papeles ni qué significado podían tener para mi padre, únicamente notaba que él pasaba muchas horas metido en aquel galpón desempolvando y organizando en pilas simétricas lo que para mí simplemente eran periódicos viejos destinados al comején. Y menos aún tenía yo idea de lo que representaba para la cultura hispanoamericana el nombre de García Monge.

Más tarde comprendí que lo que mi padre en realidad hacía era cuidar con gran esmero lo que había heredado: un verdadero tesoro cultural llamado “Repertorio Americano”, la revista que mi abuelo había editado prácticamente solo durante cuatro décadas. Pero tuvieron que pasar varios años y muchos eventos para que yo lograra hacerme una idea de su inestimable valor y de la noble pasta de la que estaba hecho su autor. Y es que mi padre, si bien era una persona muy educada, era igualmente muy parco en palabras y costaba que nos hablara de Don Joaquín. Había que interrogarlo para poder obtener algo de información que sirviera para reconstruir, como en un rompecabezas, la figura íntima de aquel gran hombre que, como lo escribió una vez Pablo Neruda, era “el hombre grande de la pequeña Costa Rica” (¡y aún hoy sigue siendo de los grandes!).

Pero entre aquellos papeles no solo había una colección completa y empastada del “Repertorio Americano”, sino también muchos números sobrantes y, por si fuera poco, una gran cantidad de documentos, manuscritos, cartas, obras gráficas y fotografías que dan testimonio de los lazos de amistad que unían a Don Joaquín con verdaderas glorias de las artes y las letras, ya no solo en nuestro país, sino también en toda América y Europa. También había muchos libros que habían pertenecido a la enorme biblioteca que llegó a acumular don Joaquín y que al momento de su muerte ocupaba nueve cuartos de la que fuera su casa y oficina en la avenida segunda, vivienda que un pariente de mi abuela le prestaba generosamente y que luego fue vendida y demolida para levantar el desaparecido bar y centro nocturno La Esmeralda, frente a lo que hoy es el edificio de La Caja Costarricense del Seguro Social (actualmente una pequeña placa en el patio de esa institución nos recuerda que al otro lado de la avenida se encontraba aquella casa) .

Pues bien, aquel tesoro con el que me fui familiarizando poco a poco, fue para mí la puerta de entrada al mundo de Don Joaquín. A partir de ahí, me dediqué a leer ya no solo sus escritos, sino también muchos de aquellos que le han sido consagrados. De manera que con el tiempo he podido ir profundizando aún más en su pensamiento, en sus valores y diría también que en su ser. Sin embargo, es tan ancha la esfera de sus intereses y de sus reflexiones, que aún hoy sigo aprendiendo muchas cosas nuevas sobre él y mi admiración por su figura no cesa de crecer.

Vida y verdad” se llamó la primera revista de Don Joaquín (editada en colaboración con Roberto Brenes Mesén antes del “Repertorio Americano”). Pues bien, el nombre simple de esa primera publicación resume cuál fue tal vez su anhelo más profundo y su forma particular de entender la existencia: vivir la vida con honestidad; vivir “en” y “por” la verdad; explorar cuál pueda ser esa verdad; decirla aunque sea dolorosa y traiga problemas; defenderla a capa y espada; hacer de ella un objetivo del ser; atar vida y verdad en un todo indisociable. No soy literato, ni editor, ni educador -tal como lo fue mi abuelo- pero aún así siempre puedo acudir a él como una fuente inagotable de orientación y fuerza para vivir mi vida en lo que tiene de singular, puedo hacer mío su anhelo y, de hecho, cada cual puede hacer lo mismo para aplicarlo a sus propias metas. Esto no quiere decir que yo comulgue con algunos que han querido recuperar a Don Joaquín para propagar ideas y proyectos dudosos o francamente torcidos, como ocurrió con cierto embajador estadounidense que hace unos años citó en la prensa (fuera de contexto) a don Joaquín para justificar la guerra de su país en Irak, o como ha ocurrido con otros que desde la llamada izquierda pretenden convertirlo en estandarte de sus luchas sin tomar en cuenta su dimensión cultural, humanizadora y axiológica, quedándose únicamente en una parcial y hasta vacía apreciación política de lo que él encarnaba.

En una ocasión cierto escritor nacional de renombre me hizo un comentario que revelaba incomprensión de lo que era don Joaquín y de mi forma de entenderlo, reflexión que saco a cuento porque tiene que ver con lo anterior. Dicho escritor –que por lo demás tengo en alta estima- me dijo algo así como ésto: “a vos la figura de tu abuelo seguro te hace una sombra enorme y te debe aplastar”. Pues bien, puedo decir que es exactamente lo contrario. La figura de mi abuelo no proyecta para mí ninguna sombra, sino luz… o si se quiere una hermosa aura luminosa que es remanso y guía, que es inspiración y consejo, que en suma es amparo y refugio. A ese respecto, lo que más me interesa recalcar como descendiente de Don Joaquín, es que todos podemos ser sus nietos espirituales y beneficiarnos de esa áura si así lo queremos. No me cabe duda que mucho ganaremos con ello. Recurrir a él está al alcance de todos los que quieran acercársele, leerlo, reflexionar sobre su pensamiento, su obra, su generosidad, su sabiduría, su ecuanimidad, su vida llevada con humildad pero riquísima en obras y en cultura. Por lo demás, todos podemos sentirnos profundamente orgullosos y dichosos de que un espíritu de su estatura haya nacido en nuestro país y de que haya realizado su titánica labor civilizadora de la forma más modesta, armado simplemente de grandes ideas, mayor generosidad y férreo tesón. Ahora que se cumplen cincuenta años de su muerte es un momento particularmente propicio para recordarlo y estudiarlo… aunque en realidad siempre lo ha sido y siempre lo será.

Nota: Al texto aquí reproducido le he hecho unas leves mejoras en el estilo y la redacción, por lo que presenta diferencias menores con respecto al que fue publicado en El Mentor.

2 comentarios:

RepertorioAmericano.org dijo...

Debe ser un enorme privilegio ser nieto del más grande escritor de Costa Rica de todos los tiempos. Lamentablemente su obra no se ha difundido tanto como yo quisiera, pero puedo decir que don Joaquín no solo es un gran escritor costarricense, lo es para América Latina.

Siento gran admiración por él. Hace unos años lo ví en la plaza de la cultura, me puse tan nervioso que no pude hablarle. Hay pocas cosas de las que me arrepiento en la vida, no haberle hablado es una de ellas.

Eugenio García dijo...

Ah, pero tal vez usted está confundiendo con don Joaquín Gutiérrez, porque cuando mi abuelo murió faltaban muchos años para que la plaza de la cultura fuera inaugurada.

Pero estoy de acuerdo, don Joaquín Gutiérrez fue un gran escritor.